miércoles, 2 de septiembre de 2009

Watchmen XI (a)


Este es, probablemente, mi capítulo favorito. En este se consolida el plan de Veidt, encaminado por años para intentar cumplir la misión de salvar al mundo de la condición decadente en la que se encuentra. Esta sería entonces, aparentemente, la única acción -realizada por alguno de los personajes del cómic- hecha sin tener en cuenta únicamente los propios intereses, apelándose más bien a un fin objetivo y último que beneficie a todas las personas (sin importar la tenebrosidad de los medios). Aparentemente. Veamos qué pasa con Veidt en este capítulo.

Parto de la ‘reunión’ que tiene con sus sirvientes vietnamitas, a quienes habla de su pasado. Él mismo se describe como un niño brillante, que nunca dio muestras de mediocridad, resaltando como alguien de excepcional inteligencia. Veidt es pedante desde el comienzo, haciendo alarde de su intelecto, desautorizando incluso a sus padres como posibles portadores de una inteligencia cercana a la suya. Luego pasa a describir su juventud, en la que -apenas a los 16 años- queda sin sus padres, pues ambos mueren dejándole una herencia que lo hacía tan rico como para darse el lujo de no trabajar nunca, teniendo siempre todo lo que necesitara a la mano. Aun así, dice sentir la necesidad profunda de alcanzar algo más, de superarse como ser humano. Aquí se expresa algo importante: Veidt dice que nunca sintió real conexión con alguna persona, nunca se identificó con nadie, no sintió a nadie cercano. Dice que su intelecto lo diferenció y lo alejó de los demás, no encontrando nunca a alguien de quien podría recibir algún consejo útil. Sin embargo, sí dice identificarse con un ser humano ya muerto hace bastante tiempo: Alejandro de Macedonia, Alejandro Magno, el gran conquistador y alguna vez discípulo de Aristóteles. Veidt encuentra en él a un hombre al que admirar, al que idealizar. Un hombre con una vida a la que imitar. Pero Veidt no admira precisamente la capacidad de mando militar de Alejandro, dice de él que siempre gobernó sin barbarismo, identifica más bien algo más básico de su personalidad, aquello que le habría permitido ser tan exitoso en cada una de sus empresas: su inteligencia. Inteligencia para tomar decisiones, para maquinar planes, para entender la lógica de las situaciones que lo rodeaban, para lograr sus objetivos del modo más sutil posible. Así, Veidt quiere igualar, y hasta superar, los logros de Alejandro, “trayendo una era de iluminación a un mundo oscurecido” (pág. 8). De este modo, Veidt cree identificar cuál fue el único error cometido por Alejandro, qué fue aquello que le faltó para lograr sus objetivos: no construyó una unidad del mundo que permanezca después de que él haya muerto; eso es algo que Veidt se propondrá hacer para alcanzar la grandeza de Alejandro, y para superarla. (¿Podremos seguir hablando entonces de los actos de Veidt como realmente interesados en los demás?, ¿no está acaso actuando sólo para satisfacer su necesidad de alcanzar un nivel tan alto como el del hombre al que admira?)

Así pues, Veidt considera en un principio que convertirse en un enmascarado que intenta destruir los malos elementos de la sociedad es un buen camino para lograr sus objetivos. Pero rápidamente se da cuenta de que con tal cosa no logrará nada importante. Acabar con los criminales no es suficiente, hay algo más básico y más grande que provoca que el mundo esté en la situación catastrófica en la que está. Así, Veidt comienza a analizar la situación, se aleja de ella e intenta descifrar en frío cómo sería posible cambiar al mundo, mejorarlo. Veidt se da cuenta de que era necesaria una solución práctica de enormes dimensiones. La decadencia de la situación ya se la había pintado el Comediante en aquella reunión fallida de los Crimebusters a la que ya antes había hecho mención como muy sugerente para comprender a Veidt. “Alguien tiene que salvar al mundo” exclamaba angustiado en ese momento Capitán Metropolis, luego de que el Comediante haya despreciado a todos los presentes por no darse cuenta de cómo el mundo estaba, paso a paso, dirigiéndose a la auto-destrucción. Veidt abre los ojos tras esa experiencia y parece entender la verdadera dimensión del problema. Predice, de acuerdo a la situación social, que los enmascarados desaparecerán y se retira antes del acta Kenee, quedando como el único ex-enmascarado decente y respetable ante la sociedad. Aprovecha su fama para hacer fortuna y para darle lugar a un plan que ya ha estado planeando por un buen tiempo: para cuando renuncia a ser vigilante (1975) ya tiene comenzado su plan hace por lo menos 5 años: luego se sabrá que en 1970 compra secretamente una isla. Es decir, son por lo menos 15 años los que Veidt ha estado maquinando y llevando a cabo -paso a paso, lentamente- su plan. Así, confiesa haberle provocado cáncer a Wally Weaver (que muere en 1971), a Janey Slater y a Moloch, teniendo en mente desde ya la manipulación contra Manhattan para provocar que se vaya de la Tierra y le deje el camino libre a su plan. Así mismo, confiesa haber matado al Comediante, debido a que él -casualmente- descubrió lo que se estaba planeando en una isla (la isla de Veidt): en ella había “una colección de artistas y científicos desaparecidos, trabajando en una monstruosa nueva forma de vida” que luego sería teletransportada a New York; el propósito final de tal trabajo era el de obligar a los gobiernos del mundo a cooperar entre sí, dejando de lado sus enemistades, ante la convicción de que habían sido atacados por algo de otro mundo, y de que el ataque podría repetirse en cualquier momento. Esto le pondría fin a la situación de tensión del planeta, a la constante sensación de que en cualquier momento todo se puede destruir. Veidt pretendía lograr aquello que consideraba que Alejandro no había logrado: una unidad del mundo. (Los detalles de la criatura y de las consecuencias de su teletransportación a New York los trataré en el post sobre el último capítulo.)

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