martes, 11 de agosto de 2009

Watchmen VII

Este séptimo capítulo está dedicado a Daniel Dreiberg -el segundo Nite Owl- y su relación con Laurie Juspeczyk. Dreiberg ha dejado atrás la vida de vigilante y niega, aunque con cierta melancolía, extrañarla. Sus equipos están llenos de polvo, en largo desuso, y son revisados por Dreiberg -en su funcionamiento mecánico- ya sólo al modo en que se vuelven a revisar guardados tesoros de la niñez, que hacen recordar un pasado que ya no nunca va a volver y que respondió sólo a una etapa en particular. Dreiberg piensa en su actividad como vigilante como un sueño de niño que se le fue de las manos y que se convirtió en un capricho inmaduro y pasajero. Dreiberg es la representación del hombre normal, común y corriente, aquel que alguna vez estuvo viviendo un sueño y que, sin embargo, una vez que este fue arrebatado, no luchó por mantenerlo, entregándose a las circunstancias de la vida que obligan a aceptar tímidamente que la felicidad es cuestión de idealistas, y que lo mejor es seguir adelante como se pueda. Dreiberg muestra gran pasión hacia los animales, las aves en especial, y sin embargo no trata a esta pasión como una luz en su vida, sino como algo que le he traído más problemas y confusiones que satisfacciones. Así, niega caprichosamente más de una vez que la actividad de vigilante, disfrazado de buho gigante volando escondido por la ciudad, haya sido el modo más fascinante en el que ha puesto en práctica a su pasión, aquella que de joven lo llevó a contradecir a su padre y estudiar zoología y aeronáutica.

A este mundo tibio y gris de Dreiberg ingresa Juspeczyk, cambiando los esquemas de la vida normal del vigilante retirado, que probablemente viva semana tras semana esperando nada más que los encuentros con Hollis Mason, el primer Nite Owl, con quien se reúne a charlar de los viejos tiempos. La irrupción de Juspeczyk en el mundo de Dreiberg se ilustra en el inicio de este capítulo, cuando ella revisa los polvorientos equipos de Nite Owl y provoca sin querer un pequeño incendio, que luego ambos deben apagar. En este evento también se revela cómo Dreiberg ha comenzado a preocuparse por la seguidilla de enmascarados que han sido atacados y sacados de la orbita, recordando las sospechas de Rorschach sobre la casería de héroes que había comenzado. Esto, en combinación con la creciente preocupación por una venidera guerra atómica que los desaparezca a todos, da germen a una relación especial con Juspeczyk, con quien se termina descubriendo y aceptando la necesidad de Dreiberg de volver a los trajes para darle sentido y color a la vida (la última viñeta de la página 21, en la que vemos por primera vez a Dreiberg con su traje después de varios años, está cargada de gran emoción, es espectacular). Así, ambos salen a volar en ‘Archie’, la nave de Nite Owl, topándose en su camino con gente atrapada en un edificio incendiándose, a la que deciden rescatar. Luego de ello se confirma la liberación de Dreiberg en la consumación de un acto sexual que antes había fallado y que ahora termina con el autoengaño que él se había impuesto al negar la importancia de su pasado como vigilante.

Ahora, hay un par de cosas más para resaltar. En primer lugar, nos enteramos que la policía finalmente ha cancelado la búsqueda del escritor Max Shea, autor del comic ‘Tales of the Black Freighter’ que va leyendo el joven negro al lado del puesto de periódicos. Este artista ha desaparecido ya hace dos años, lo que será importante para considerar la dimensión del plan revelado al final del comic. Además, podemos ver en la tele un acto de caridad y a la vez de exposición mediática de Adrian Veidt, quien parece esforzarse bastante por tener una buena imagen pública. Dicho sea de paso, esta exposición televisiva de Veidt es mostrada en paralelo con el acto sexual fallido entre Dreiberg y Juspeczyk, generándose deliberadamente un simbolismo muy sutil y sugerente entre ambos eventos.

Quiero terminar resaltando el texto final que aparece en este capítulo, probablemente mi favorito de todos los del comic. En este, Moore nos muestra un artículo de Daniel Dreiberg en su actividad de zoólogo apasionado por las aves, por los búhos en particular. Este texto me gusta mucho porque expresa una idea que comparto mucho, y que me emocionó encontrar la primera vez que lo leí. Allí Dreiberg discute sobre la posibilidad de un acercamiento científico a la naturaleza que pueda ser capaz de asombrarse y de encontrar la belleza de la poesía en sus anotaciones detalladas. Dreiberg concluye que es posible no sólo seguir encontrando belleza en el acercamiento científico al fenómeno vivo de la naturaleza (en este caso se trata del estudio de un buho), sino sobretodo es posible encontrar la retroalimentación entre el acercamiento científico y el poético, en donde ambos se generan mutuamente una apreciación de la belleza más rica y más profunda. Cito el que ya es el epígrafe de un reciente ensayo realizado sobre el tema: “A scientific understanding of the beautifully synchronized and articulated motion of an owl’s individual feathers during flight does not impede a poetic appreciation of the same phenomenom. Rather, the two enhace each other, a more lyrical eye lending the cold data a romace from which it has long been divorced.”

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