lunes, 24 de noviembre de 2008

Un cajón

Tras los autores antes publicados, colgar algo escrito por mí debería sumergirme en la más profunda sensación de estar haciendo el ridículo. Sin embargo, acá en Vandelay, la verguenza no existe. Sólo existe el EGO.



Un cajón

La música fúnebre siempre me hizo suspirar, siempre me pareció hermosa. Pocas expresiones del arte tienen la carga que tiene la música fúnebre. Una carga profundísima. Una carga sincera. Ella no celebra, no lamenta, no postula, no sorprende. Es música que nace de lo más profundo del ser humano, de las vísceras, de lo que mueve a la existencia. La música fúnebre surge de la más recóndita y la más auténtica de las sensaciones. Nos enfrenta a nuestra finitud, nos encara con el fondo del abismo. O mejor dicho, nos hace concientes del abismo. Nos despoja de los soportes que nos hemos creado. Nos desnuda. La música fúnebre no se hace para escuchar, se hace para gritar, para desordenar, para paralizar. La música fúnebre no se hace, se vomita. Nos hace notar el vacío enorme que somos, el devenir incomprensible que somos. De pronto, el todo se hiela, se hunde. No hay más que abismo, y vemos el suelo, y vemos al cuerpo estrellado, y no entendemos al cuerpo, no entendemos la caída. Porqué caer, si yo creía volar. Se devela la verdad para consumirnos, para devorarnos. La existencia despierta a todo nivel en la música fúnebre; la existencia de pronto se siente profunda y desconcertante; la existencia nos somete, nos obliga, nos posee, nos hace tiritar y gritar en silencio hacia dentro, nos exige abrir los ojos en medio del vértigo, nos exige movimiento. Eso es lo peor, no sabemos qué hacer con ella ahora que somos ella. Nos perdemos en ella. Lentamente; nos seguimos perdiendo lentamente. La existencia.

La existencia.

La música fúnebre abraza a los existentes, a los que saben su existencia. Hoy me abraza a mí. Pero me abraza diferente, y aun así, me abraza. Hoy me abraza a mí, y talvez sea yo el único que corresponde a su abrazo.

No se cómo pienso. No se qué pienso. Qué ser. ¿Soy?

Es decir, ¿existo como ser?

Veo, escucho, pienso. ¿Dónde pienso? ¿Cómo pienso?

¿Soy en el pensar, o pienso en el ser? Ni siquiera puedo corroborar al ser exterior, cómo es que soy capaz de considerarme como ser. Si no me considero como ser, no debería poder considerarme como nada. Ser no puede ser pensar. Sé que el cuerpo no piensa. Y sé que el cuerpo es.

Sé que no piensa. Cómo puedo saber que no piensa. Nadie sabe que pienso, que sé.

Pensar me ha convertido en una pregunta. Soy una pregunta. La más patética, la más indigna de las preguntas. Preguntar por el ser es preguntar desnudo, es preguntar por la más profunda estupidez. La pregunta nunca sale, nunca parte. La pregunta nace, y pesa, y muele, y enfría. Nace. La pregunta es. ¿Nacer es? ¿Preguntar es? ¿Hay realmente una pregunta?

Hay un cielo, hay negro, hay cabellos, hay pasos, hay sonidos. ¿Ellos son? ¿Existen acaso? ¿Qué demonios puedo considerar ahora al ser, si lo que es se me presenta y yo ya no puedo presentarme al ser? ¿El ser es ser percibido? En ese caso, yo claramente no soy. Pero yo sé que soy. Y sin embargo, no sé qué es el ser.

¿La silla es? ¿El bostezo es? El ser no puede ser restringido a la vida. Eso es claro. La vida se da en el ser, no el ser en la vida. Sin embargo dudo de qué soy. Mi ser no es comprensible, no es describible. Cómo puedo ser, si sé por un lado que de algún modo estoy en tal cajón. ¿El estar y el ser son separables? Sé que estoy en el cajón. Sé que mi ser va más allá del cajón. Sé. Si sé, ¿soy?

Podría decir: es un hecho que estoy muerto, y sin embargo, es un hecho que aquí estoy pensando. Dos niveles del estar. Dos usos del estar. Los dos, perfectamente válidos. ¿Soy un hecho? Un hecho, ¿no debería estar consignado? Yo puedo consignarlo, pero a nadie más que a mí.

A mí. Yo.

¿Soy un yo? ¿Dónde quedó mi subjetividad? ¿Sigo siendo parte de una intersubjetividad? Sigo con prejuicios, sigo con lenguaje. ¿Necesito más que eso para existir?

Puedo decir: soy algo. Puedo decir: soy. Puedo decir: no soy. Puedo decir: soy nada. Me enredo en la nada con mis pensamientos. Me asumo como nada. Me han obligado a ser nada. A verme como nada. Aun cuando me siento como ser.

Me siento. Qué demonios significa eso.

¿Tengo acaso algún valor? Ser es tener valor. Decido tener valor. Como ser, decido. De qué vale mi decisión. Cómo pretendo ser si ellos han decidido qué soy.

Qué soy. Esa no es la cuestión. Soy. Porqué soy. Porqué el cuerpo humillado es.

Porqué no ser.

Veo un cajón. Me enfrento a un cajón. O mas bien, han enfrentado al cajón a mí.

Un cajón. Como cuando se guarda al dinero. Siento mi ser en mí. Pero veo mi ser como a un cajón. Marrón oscuro, y aun así pálido. Marrón que vive. Marrón que es. El desorden que hay alrededor le ha quitado dignidad al color. Soy un cajón.

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