domingo, 30 de noviembre de 2008

Aculturación y/o Diferencias

Recién escuchaba a Marco Aurelio Denegri comentar una fotografía en la que aparecía una niña selvática haciendo un globo en su boca con un chicle. La imagen fue concebida por Denegri como una auténtica aberración. La calificó como un atentado contra lo autóctono y como una muestra de la peligrosidad de ciertos procesos de aculturación. La percepción de Denegri fue la de una corrupción de lo original, de lo propio en tanto que virgen, en tanto que no intoxicado por lo exterior. El chicle en la boca de la niña representaba la violación de lo natural, la intromisión abrupta de una cultura en la otra. Denegri hubiera preferido a la niña con sus trajes tradicionales y en una actividad propia de su contexto. Él cree que la tradición es algo puro, que las culturas son más valiosas mientras menos se toquen entre sí. O que en todo caso, si se tocan entre sí, deberían hacerlo con sus dedos más perfumados, más arreglados, más finos. Para Denegri la aculturación no puede ser la simple recepción de elementos de una cultura en otra. Habría mas bien que saber recibir ‘lo provechoso, lo útil’. Lo demás hacerlo a un lado, rechazarlo como algo degradante.

Hay varios problemas en la concepción de Denegri. Uno de ellos es que él cree poder controlar -como si se tratara de domar a una fiera- lo que viene de afuera a sorprendernos, a renovarnos. Sin embargo, el fenómeno denominado como ‘aculturación’ no ocurre bajo la atenta mirada de los sujetos. La intromisión de elementos culturales ajenos en el contexto propio se da prácticamente sin que lo notemos, sin que decidamos -ni racional, ni irracionalmente- qué creencias o qué prácticas sociales ajenas adoptar como nuestras. No nos es posible juzgar sobre ‘lo bueno’ y ‘lo malo’. La aculturación es involuntaria no porque la voluntad de una cultura queda dominada, sino porque la voluntad nunca entra en juego (talvez sería más adecuado decir entonces que el proceso de aculturación es carente de voluntad). Esto no quiere decir que estamos totalmente indefensos ante las múltiples cosas que nos llueven desde afuera. Esto quiere decir mas bien que hay que aceptar la diferencia, en donde aceptar significa abrirse al diálogo con ella. Una aceptación que no es pasiva, sino activa, pero no controladora, no juzgadora. La actitud dialogante con lo externo no es actitud que examine, es actitud que busca comprender, que busca dialogar con el asombro por lo nuevo en tanto que diferente y exótico, no habitual.

Puedo mencionar aquí otro punto que vale la pena criticar en la idea de Denegri. Él ha concebido que el proceso de aculturación controlada debería aceptar únicamente ‘lo provechoso, lo útil’, lo demás ¿para qué admitirlo? Aquí la noción que se tiene de beneficio en la aculturación (y de la aculturación misma) es demasiado pragmática. El proceso por el que una cultura comienza a admitir nuevos elementos como propios va mucho más allá de lo útil. Mucho más allá no sólo en el sentido de más detalle y más riqueza, sino también en el sentido de más profundidad. Adquirir nuevas prácticas sociales significa no sólo adquirir nuevos usos provechosos, significa sobre todo una transformación, o mejor dicho, una expansión de la espiritualidad misma con la que se enfrenta al mundo. La existencia se torna en algo nuevo, se expande hacia nuevas dimensiones nunca antes conocidas. Nuevas dimensiones que no se deciden conocer porque resultan más útiles, sino que adquieren sustancialidad en nuestra existencia sin habérnoslo propuesto. El chicle en la boca de la niña no representa una nueva práctica que no va a ser útil en ningún sentido. El chicle en la boca no representa nada. Es ella misma -la práctica social- una nueva dimensión en la vida de la niña y de toda la cultura. La disminución que Denegri hace del fenómeno de la aculturación a lo útil es precisamente la que provoca que se crea que se puede tener control sobre la diferencia, sobre lo externo a lo que es profundamente nuestro. Lo útil es manipulable, no se dialoga con ello, se decide si conviene o no, si se lo adquiere o no.

Dialogar con la diferencia quiere decir deleitarse con ella activamente, lo cual trae consigo no sólo la simple apertura a todo lo que venga, sino el cuestionamiento abierto y penetrante a lo que ya somos, o a lo que ya comenzamos a ser, y no a lo que podemos optar o no por ser.

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